Una última tarde de cosecha; Titixe, de Tania Hernández Velasco
Por Maximiliano Cruz
El abuelo de Tania muere sin que hubieran podido realizar en conjunto la película en la que su abuelo le enseñaría a cultivar la tierra, y que imaginaron ocho años antes de que con su madre, regresaran a enterrarlo. Como una de tantas familias cuyas últimas generaciones emigraron a la ciudad, la de Tania dejó al abuelo como único miembro campesino. Para frenar el deseo de la abuela de vender la tierra, Tania y su madre se embarcan en el cultivo de una última cosecha en la parcela, como homenaje afectivo y materia prima de donde surge este íntimo registro de una pérdida. A partir de una necesidad eminentemente personal, la directora acomete con sensibilidad atmosférica e imágenes del campo que destilan emoción cromática, el duelo con una actividad física junto a lo más concreto posible, la tierra, el oficio milenario de cultivar alimentos, trascendiendo su proceso personal en una hermosa hermenéutica del duelo y en una sentida denuncia del abandono del campo mexicano.
“Hasta la misma naturaleza ha entendido que él ya no está…”. En la zona, el término titixe refiere a los restos de una cosecha que pueden ser recogidos por gente sin tierra propia. Allí donde los sonidos del trabajo emanan música, en una sinfonía del arado y el canto, de las bestias y la yunta, del relato oral y el pie de piel gruesa que cubre de tierra cada semilla depositada, están los rezagos de un país interior que Tania y su madre labran en procura del recuerdo.