Una década de ensayo fílmico, de la cine escritura al paisaje interior

Por Adriana Bellamy

A lo largo de diez años, FICUNAM se ha consolidado como un espacio de propuestas fílmicas que generalmente no encontrarían posibilidad de ser conocidas en otros sitios. En sus distintas ediciones se puede reconocer un festival preocupado en su estructura profunda por la recuperación de un cine de autor en el sentido más originario y no exclusivamente eurocéntrico –pensemos en cinematografías como la de Apichatpong Weerasethakul, Masao Adachi, Gustavo Fontán, entre otras– pero, también, caracterizado por un horizonte multicultural de creadores contemporáneos que, lejos de anunciar el crepúsculo del cine, revela sus lenguajes en mutación y la riqueza de su vanguardia potencial.

Entre sus principales aportaciones me interesa enfocarme en la presencia del ensayo cinematográfico, un género convulso y difícil de definir que ha revolucionado la forma documental desde la segunda mitad del siglo pasado. El ensayo, pensado desde el ámbito literario, produce fisuras en la supremacía del saber, momentos de discrepancia en los que se suspende la posibilidad de conclusión. La escritura como voluntad crítica, pensamiento de lo heterogéneo y lo indeterminado, descubre un sujeto que se muestra en la coyuntura y la circunstancia. Esta conversión supone un giro estético en el cual el ensayismo va más allá de la irrupción del yo del autor y se constituye como un lenguaje que integra su propio modo de enunciación para manifestar, en el ejercicio de sus posibilidades, una tensión irresoluble. El cine ha hecho uso del término obtenido de la literatura para dar cuenta de este desplazamiento referencial y poder abordar ciertas obras que son inclasificables dentro de la nomenclatura cinematográfica habitual (ni ficción, ni documental, ni cine experimental) a partir de criterios utilizados por un campo artístico vecino.

Al emplear el término ensayo se afirma de este modo la pertenencia a una tradición marcada de escepticismo: palabra cuyo origen etimológico exagium sugiere un ejercicio reflexivo, una puesta en equilibrio, examen, prueba, experimentación, tanteo o aproximación sucesiva, experiencia del mundo, de la vida y de sí mismo. La principal diferencia entre ambas creaciones es que en el ensayo literario existe la palabra hecha escritura, mientras que en el cine la palabra forma parte de la interacción entre imagen, montaje y sonido, un ir y venir entre imagen y palabra. No obstante, la ensayística en los dos medios genera un nuevo espacio discursivo, un pensamiento vivo donde las contradicciones del yo encuentran un medio de expresión. En efecto, se dibuja un horizonte de perspectivas múltiples que conforma un género inacabado con opción de extenderse o continuarse según la disposición de este yo. 

En comparación con la ensayística literaria, el concepto de cine ensayo es relativamente actual y generalmente se ha utilizado para denominar un medio híbrido que combina, hasta cierto punto, las dos categorías cinematográficas dominantes: la ficción y el documental. Aunque se ha convertido en una idea elusiva, cierta parte de la crítica ha intentado darle un estatuto teórico- conceptual preciso o delimitarlo dentro de una totalidad. El desafío que implica estudiar un tipo de películas proteicas en forma y tema es subrayado por Nora Alter al reconocer que el cine ensayo no admite una taxonomía rigurosa y se distingue por una clara voluntad transgenérica. 

Este es un adelanto del ensayo de Adriana Bellamy para ‘El cine que arde’, edición conmemorativa de los 10 años de FICUNAM, que se publicará en abril 2020.