Simpatía por el diablo; Made in Britain, de Alan Clarke
Por Neil Young
Simpatía por el diablo… Dentro del firmamento de furiosos antihéroes de Clarke, es muy posible que el más feroz de todos sea Trevor, el brutalmente articulado protagonista del despiadado guión de David Leland. Un skinhead adolescente lleno de resentimientos y con un brillo asesino en su mirada, Trevor es encarnado, de forma inolvidable, por un Tim Roth de veinte años que presenta una actuación que lo convirtió, de la noche a la mañana, en toda una sensación. Se trata de un debut magnético y fenomenal para un actor que muy pronto escalaría hasta la cumbre de su profesión. De la calle al pub, a las estaciones de policía y los centros de detención, seguimos a Trevor paso a paso —de una forma bastante literal— gracias al camarógrafo Chris Menges y su altamente móvil pero estable Steadicam. Aquí Clarke utilizó esta tecnología por primera vez (pero definitivamente no sería la última), que en ese entonces era nueva, con largas tomas que amplifican el realismo de una forma que pocas veces se había visto hasta entonces en la cinematografía del Reino Unido. Una cápsula de tiempo acerca de una era (volátil hasta el grado de ser temible) en la política de esta nación, cuando los simpatizantes del ultraderechista National Front atacaban a miembros de minorías étnicas con regularidad; cuatro décadas después, en un ambiente en el que la xenofobia criminal renace a nivel mundial, Made in Britain no ha perdido un ápice de su poder para conmocionar y provocar.