Políticas del cuerpo: el cine de Pedro Costa

Por Sonia Rangel

I

Una imagen y un sonido juntos deben ser algo de lo más importante 
del mundo. Es así de sencillo: deben ser una especie de explosión. 
Pedro Costa

La obra de Pedro Costa expone una imagen atípica que da lugar a una forma de cine del cuerpo que –fuera de toda estetización, artificialidad o cliché– devuelve a los cuerpos destruidos por la explotación capitalista su dignidad. Así, los rostros y las voces devienen materia plástica, reveladores de la desigualdad y la precariedad de la existencia, intercesores de la memoria. A través de un acercamiento docuficcional a los habitantes de Fontaínhas, Portugal, Pedro Costa hace de los cuerpos una superficie de inscripción. Cine del cuerpo que vuelve visible y audible la historia de la colonización, la migración, la explotación y la marginación; así como sus efectos como línea de muerte (la droga), la aniquilación del deseo (abulia y apraxia) y la destrucción de la potencia del cuerpo hasta devenir zombi.

Es una historia cuyas cicatrices persisten en la piel tanto de los cuerpos como de los espacios. Mirada epidérmica que surge de la inmersión del cineasta en los barrios, la cual gracias al uso del video logra penetrar en la intimidad, en una estrategia estética de observación y escucha de los habitantes como parte fundamental de su trabajo. El director realiza estudios, retratos y cuadros de estas figuras anónimas; el resultado es una imagen-poética que va del claroscuro y el tenebrismo a la naturaleza muerta. En su carácter plástico, las imágenes paradójicamente hacen de los cuerpos, los espacios y los objetos, materia viviente, contenedores de la memoria, genealogía de los afectos que a través de sus movimientos, gestos y palabras reconstruye el proceso de destrucción sufrido a lo largo del tiempo.

Arqueología del colonialismo que muestra su modo de operación molecular, microfísico, epidérmico: la captura del deseo, la desintensificación de la fuerza vital, la aniquilación de la vida; captura que lleva a los caboverdianos a emigrar a Portugal, en una forma de infranomadismo, ya que serán explotados, aniquilados, destruidos, despojados de su humanidad para ser tratados como mano de obra barata.

La herencia de este proceso de explotación sistemática se expresa en la tristeza y la abulia de los jóvenes drogadictos habitantes de Fontaínhas, cuya despotenciación deseante los lleva a trazar una línea de muerte. En sus últimos filmes la aparición de figuras espectrales condenadas a repetir la historia del colonialismo, en un limbo de espacio y tiempo anacrónico, sirven como intercesores de la memoria. La imagen-zombi muestra cómo el capitalismo mundial integrado continúa con el proceso de colonización, pero ahora se trata de la colonización de la subjetividad por medio de la captura del deseo y los afectos.

Este es un adelanto del ensayo de Sonia Rangel para ‘El cine que arde’, edición conmemorativa de los 10 años de FICUNAM, que se publicará en abril 2020.