Nacer atado; Pont de pedra, de Artur-Pol Camprubí

Por Graciela Ríos

Una farola se enciende como si ese acto fuera el presagio de un suceso que está por revelarse. En un establo de la Franja Poniente de Aragón, en Cataluña, un grupo de trabajadores observan atentos el alumbramiento de un potro. La cámara se acerca con parsimonia al rostro contraído de Angélica, apenas iluminado por una delicada franja de luz. El sonido hace contrapunto con su respiración y con la del animal hasta que parecen unificarse en un mismo compás.

En Pont de pedra, el director Artur-Pol Camprubí utiliza la figura de la criatura que lucha por liberarse de la placenta como un espectro que atraviesa la cotidianidad de Angélica, una mujer rumana que ve reflejada en ésta su propia condición limítrofe. Asimismo, Campubrí se sirve del sonido para exacerbar el proceso de metamorfosis en el que la protagonista, sin renunciar del todo a su pasado, comienza por apropiarse del espacio que habita. De esta manera, durante un habitual deambular nocturno, Angélica se pierde entre las calles desiertas hasta que aquel presagio inicial parece manifestarse en un armonioso repicar de cascos contra el pavimento.