Visman y Alejandro juegan a la guerra con unos binoculares, armas falsas, ropa color verde olivo y cortes de cabello militar. Su hogar es el escenario de un conflicto bélico, un espacio reducido, opresivo y desvencijado que da muestras de ser también reflejo del pasado de una nación. Su juego reconstruye las memorias contadas por su padre, veterano de la Guerra de Angola, y las interpretan como si ellos mismos hubiesen formado parte del conflicto, creando con su representación un íntimo vínculo familiar. La evocación y la realidad se difuminan revelando una visión particular que no ha quedado en el pasado, sino que parece mirar hacia el futuro.
Los niños lobo documenta la forma en que las palabras del pasado se encarnan en una serie de juegos de rol. Un trauma de guerra que se hereda y que se manifiesta no solo en las heridas que han dejado a su padre en una silla de ruedas, sino en la forma en la que ha alimentado —y sustituido— la imaginación de los dos hermanos.