Los espíritus ausentes; Manta Ray, de Phuttiphong Aroonpheng
Por Sofía Ochoa Rodríguez
El primer largometraje del tailandés Phuttiphong Aroonpheng, Kraben Rāhu, es de una historia sencilla pero audaz en su manera de narrar, maduro en la técnica y profundamente comprometido. Un pescador que por las noches entierra cadáveres furtivamente encuentra a un hombre herido escondido. Lo lleva a su casa para cuidarlo. Con el tiempo, comienzan a reflejarse el uno en el otro.
La dedicatoria que el director hace a los rohinyás al inicio del filme, establece un punto de partida de encono. Este pueblo huyó de Birmania por una limpieza étnica y se refugió en países vecinos, entre ellos Tailandia, donde también fueron blanco de discriminación, abuso y otras formas salvajes de violencia. Aunque hay denuncia, la película no se deja arrastrar por el rencor o el odio, su centro es ampliamente humano, con todo lo que el adjetivo implica.
Aroonpheng le da al entorno costero una húmeda atmósfera de reminiscencias acuáticas. Como un buzo, que observa pacientemente la existencia de sus personajes desde el cristal de su visor. Las actuaciones francas de los protagonistas permiten que esta contemplación tenga recompensas. La música del dúo Snowdrops, de reverberaciones electroacústicas, amplifica el efecto de enrarecimiento. Cada acto, cada objeto, crean suaves y delicadas ondas marinas que nos sumergen en una selva de luces misteriosas y secretos mortíferos, en los manglares de encuentros redentores, en el fondo del mar donde libremente vuelan las mantarrayas, y en los sueños, deseos y miedos de sus protagonistas. Aroonpheng explota los recursos cinematográficos para crear una experiencia de ensoñación tropical de intención compasiva y urgente resonancia política.