Lo aparente y lo secreto; Burning, de Lee Chang-dong

Por Fernanda Río

Existe un hambre pequeña y un hambre desmesurada; la primera es mundana, terrenal, pero la segunda apela a la insaciable necesidad de sentido. En esta dicotomía (citada en la película directamente de la cultura bosquimana del desierto de Kalahari) transitan los personajes de Beoning, un thriller poético plagado de extraños incidentes y signos disonantes que narra el encuentro en Corea del Sur de Jongsu, un joven repartidor aspirante a escritor, y Haemi, una antigua vecina que apenas recuerda. Jongsu acepta alimentar al hipotético gato de Haemi mientras ella recorre África, y desde ese brevísimo cuarto observa la ciudad al tiempo que se masturba frente a una urbanización imponente que sólo permite el sol en pequeños momentos inasequibles, casi mágicos.

La aparente historia de amor entre los jóvenes termina abruptamente cuando hace su aparición Ben, el nuevo novio adinerado de Haemi, que disfruta quemar invernaderos abandonados en parajes rurales (otra metáfora importante). La vida de la juventud surcoreana y su desencanto ante el capitalismo alimentan la trama, pero el triángulo afectivo y un misterio subyacente es lo que termina de tensarla hasta hacer que prácticamente desaparezca la frágil cordura en el filme.

La elocuencia del gran director asiático Lee Chang-dong para plasmar la belleza aún en los escenarios más banales convierte a Beoning en una poderosa y lírica pieza donde confluyen dos líneas narrativas: lo aparente y lo secreto, ambas tan lejos y tan al alcance de nosotros, el latente espectador fascinado.