La "película política"

Por Richard Peña

Cuando pienso en el tema del cine y la política, mi mente vuelve inevitablemente al famoso ensayo de Cahiers du cinéma, “Cine/Ideología/Crítica”, 1969, de Jean-Louis Comolli y Jean Narboni. Los autores señalan dos puntos que sigo considerando relevantes: 1) todas las películas son políticas, en el sentido de que todas las películas (excepto las que pueden decirse que son completamente abstractas) ofrecen un reflejo del mundo que pretende representar y en el que se realizó, y por lo tanto contiene al menos suposiciones sobre relaciones sociales y organización; 2) Ningún “filme” (escribían en un momento en el que realmente no había alternativa al celuloide) se puede hacer realmente “fuera del sistema”. Todas las películas y los medios de comunicación dependen de las tecnologías y los sistemas de distribución y exhibición que han sido creados por el sistema capitalista, por lo que uno tiene que aceptar esa contradicción incluso en las obras más aparentemente radicales.

Como buenos althusserianos que eran, Comolli y Narboni, trabajando bajo estos postulados, trataron de definir cuál podría ser su trabajo como “críticos de cine”. Para ellos se trataba de exponer la ideología y sus manifestaciones en el cine; para ellos, la ideología significaba principalmente el capitalismo, pero los críticos posteriores aplicaron su matrix al patriarcado, el heterosexismo, la supremacía blanca y muchos otros sistemas de control similares. El artículo procedía a dividir las películas en categorías: aquellas que ilustraban abiertamente y apoyaban la ideología (la gran mayoría de las películas); aquellas que atacaban la ideología tanto en términos de forma como de contenido; aquellas que la atacaban solo formalmente pero no en términos de contenido, y aquellas que la atacaban en términos de contenido pero no formalmente. Finalmente, describieron una quinta categoría de películas que parecen apoyar e ilustrar la ideología dominante, pero que, al examinarla de cerca, socavan o cuestionan esa ideología. No accidentalmente, las películas en esta categoría eran de muchos de los directores favoritos de Cahiers: John Ford, Roberto Rossellini, Carl Th. Dreyer, la “excepción del autorista”, como suelo pensarlo.

Con esta última categoría creo que Comolli y Narboni se acercaron más a la naturaleza enigmática de la noción de “película política”: la ambigüedad inherente de las imágenes y los sonidos, las maneras en las que su recepción nunca puede ser totalmente controlada o predicha. Quizás el objetivo final del cine político no debería ser expresar posturas o exponer problemas, sino crear diálogos: hacer que los espectadores sean los creadores de significado, en lugar de simples receptáculos para los pensamientos de otros. Por desgracia, en una era en la que la visualización de películas se ha transformado de una experiencia comunitaria a una cada vez más privada, la noción de la película como una incitación al diálogo pronto se convertirá en una reliquia del pasado del cine tanto como del agujero de la rueda dentada.