Por Andrés Suarez
Inspirada en diferentes versiones del relato fáustico, la ópera prima de Andrea Bussmann en solitario es un conjunto elaborado de imágenes y personajes encontrados en la playa de La Escondida, en la costa de Oaxaca. El mar y las tormentas son el telón de fondo de un escenario donde, al caer la noche, Historia, leyenda, fantasía y ficción se mezclan, natural y paulatinamente, para alterar la mirada del espectador sobre este balneario y sus habitantes. Ni los computadores ni los teléfonos celulares funcionan aquí, por lo que el ocio rápidamente abre paso a la imaginación y de ella emerge una voz sin cuerpo y atemporal, la voz de La Escondida, que narra una breve y elíptica historia de la humanidad.
Contrario a la metamorfosis sufrida por la imagen digital, que se ha cristalizado de algún modo al convertirse en material fílmico; cuando aquella voz nombra la luna, las estrellas y los perros, estos se liberan, se transfiguran y revelan enseguida algo esencial: la eternidad. Durante siglos, este paisaje y los animales que lo habitan han sido testigos de las insólitas empresas que príncipes, piratas, colonos, extranjeros y hombres de la región han emprendido, conformando así una larga lista de incesantes e infructuosas búsquedas, que terminan por evidenciar el egoísmo y la infinita ambición de los hombres, a pesar de su mortalidad: recuperar a una princesa que ha huido, poseer el conocimiento absoluto, encontrar un tesoro escondido, la promesa de una sombra… la sombra del hombre más hermoso del mundo.
Fausto es una colección de relatos (algunos fantásticos), quizás inconexos, quizá parte de un juego. Y aunque el diablo o Fausto nos muestren su rostro, o uno de tantos, los personajes y las criaturas de esta obra sólo pueden ser imaginarios, pues en ella la palabra, de una naturaleza casi literaria, reclama su capacidad de evocar otros mundos y, con ello, logra escapar de los límites y amplía el significado de la imagen cinematográfica.