Venecia se hunde lentamente y esa es quizás una de las características más evidentes que tiene en común este núcleo urbano con la mítica isla Atlántida. Atlantide, la película de Yuri Ancarani, pone de manifiesto la fascinación por el declive de las grandes ciudades, y en lugar de mostrar la monumentalidad de las catedrales y las iglesias venecianas, muestra sus márgenes a partir de un grupo de jóvenes que vive en los límites de la legalidad buscando mejorar el motor de sus lanchas para poder trasladarse a la ciudad de los canales. Daniele, el protagonista, quiere romper el récord de velocidad establecido por sus compañeros y divertirse lejos de Sant’Erasmo, la isla en la que viven los jóvenes, pese a que esto le traiga consecuencias fatales.
Esta es una película sobre las periferias territoriales, pero también la de la juventud, una que vive marginada y le rinde culto a la velocidad. En Atlantide, Ancarani descubre la belleza en los márgenes, en los planos generales de las lanchas que atraviesan la laguna o en los destellos fosforescentes del agua que se reflejan sobre el cuerpo de los jóvenes. Como en cierto tipo de cine experimental, la película abandona poco a poco su centro narrativo para concentrarse en la exploración del sonido y en la forma de las imágenes. Esto es una clara invitación a mantener la mirada atenta. Tenemos que percibir lo que a primera vista no parece existir porque se encuentra oculto en los bordes.