Desmontar la ficción; La flor, de Mariano Llinás

Por Rafael Guilhem

La libertad con que las formas habitan La flor, proviene de una voluntad desproporcionada por miniaturizar las grandes líneas del mundo en seis historias, divididas a su vez en capítulos, actos e intervalos, y donde conviven una multitud de géneros, territorios, lenguas, intrigas y utopías. Un cosmos ficcional poblado por personajes tan disímiles como inauditos: dos espías enamorados, un conjunto de momias precolombinas, ciertos políticos de renombre, una organización de brujas, un cineasta casanova, árboles misteriosos y un científico aventurero. Quizá esta torre de Babel distendida demuestra que el sinfín de tramas, relatos y delirios narrativos es mayor a cualquier pretensión de totalidad. O bien, que la fabulación contempla la irrealidad como una realidad más amplia.

¿Qué es la ficción para Mariano Llinás? En principio, un deseo y un placer por la desmesura. Sólo la ficción puede aspirar a conquistar lo extenso pero también es capaz de alimentarlo. En este viaje geográfico y literario, a medio camino entre lo íntimo y lo épico, La flor lleva sus procedimientos al límite con la convicción de que la realidad se moviliza mediante pequeñas modificaciones, añadiduras, notas al pie, falsificaciones y versiones apócrifas. Es, digámoslo así, un estudio del alcance que encierra el misterio de la infinita bifurcación; o probablemente de la sensación de ver la primavera en cada uno de los pétalos que componen una flor. Como lo advierte un personaje: “nadie sabe hasta dónde habrá de llevarnos este asunto”.