Rodrigo, un adolescente de trece años, vive con su madre, Valeria, en los suburbios. Cuando ella comienza una relación romántica con Fernando se transforma la vida cotidiana de la familia y Rodrigo debe lidiar con emociones confusas, volátiles y destructivas. Valiéndose de pocos diálogos, este coming of age atiende el sustrato emocional de Rodrigo, a quien la cámara acompaña casi todo el tiempo en sus constantes vagabundeos, en la búsqueda de un universo propio y en el combate contra la nueva configuración afectiva de su hogar.
La observación naturalista de los personajes desenvuelve la ambivalencia de su emoción y pone en primer plano las mutaciones del ánimo, cuya deriva pasa por estados contradictorios y de difícil solución: los celos de Rodrigo, la angustia de Valeria, la ira de Fernando. Un velo meditabundo, expectante, los recubre mientras conviven con sus pasiones y definen un futuro común. Más allá de toda comunicación, pintan un panorama de silencios en el que Rodrigo intenta orientarse.
El drama de pocas palabras y la presencia constante del punto de vista de Rodrigo conjugan lo entrañable de la soledad adolescente con los conflictos de la infancia. A partir de un relato sencillo, Blanco de verano indaga en el mundo interior de sus personajes para arrojar luz sobre los sinsabores de crecer y las satisfacciones agridulces de la primera independencia.